
La flexibilidad de su
estructura y la apertura a sugerencias y nuevos proyectos ha contribuido al
desarrollo y al logro de los objetivos.
Pilar Ortiz de Urbina –Presidenta de la CDS- reconoce que el día a día
está marcado por una serie de casualidades o “milagros” detrás de los cuales
está patente la “mano de Dios” y que han garantizado la operatividad del
centro, incluso en momentos de crisis.
Abandonando
la seguridad por abrazar la aventura del voluntariado
Como cualquier otra persona,
me caso con mi marido, tengo mis hijos, tengo un trabajo y, de repente, decido dejar
de ser funcionaria porque veo que hay mucha gente en la calle, que está sin
ningún tipo de ayuda y que yo estoy perdiendo mucho tiempo por estar de
funcionaria -por lo menos donde yo estaba-.
Lo que hacía parecía como que no servía para nada. Corriera o no corriera, estaba como muerta en
el mismo lugar.
Entonces me tocó decidir si
seguía en el sitio en el que había estado tantos años, porque tendría mi sueldo
y, más tarde, mi jubilación. Pero dije: voy a probar. Es un voluntariado al que se le puede dedicar
el tiempo tranquilamente, sin estar alterado porque tienes que estar en otro
lugar, sino disfrutando de él. Para ser
voluntario no hace falta más que Dios te de esa profesión. Si es por postura tuya, acabas cansando. Esto es mi vida, siempre con mucha suerte,
muy acompañada y muy querida y eso es lo mejor que me puede pasar. Al final, vi que el Centro de Solidaridad
necesitaba más tiempo del que yo le estaba dedicando. Ya llevo 23 años de voluntaria. Esto de ser voluntario es como una especie de
borrachera y considero que por eso es que siempre hay como milagros. Para mí no es ningún peso.
Solidaridad
como valor de vida
Yo he tenido unos padres que
no han sido normales, no a nivel social, sino a nivel humano. Ha sido fuera de lo normal. De hecho, han comenzado a estudiar el caso de
mi padre en el obispado. Yo siempre tuve
a mi padre como alguien a quien mirar. A
mi madre también la veía, pero era muy realista y me ponía los pies sobre la
tierra.
Mi padre era dentista y tenía
un laboratorio. Como no quería cobrar a
la gente, se hizo profesor en la facultad de odontología y se hizo protésico,
para poder hacer los aparatos sin cobrar las horas, por lo que le salía más
barato a la gente. A pesar de que no
cobraba las horas, en casa nunca estuvimos desatendidos. Cuando nos preguntaba si teníamos para comer,
le respondíamos que sí, pero mi madre le decía que era lo que traían los demás,
que no tenía para comprar los filetes.
Sin embargo, nunca nos faltó nada.
Una vez que mi padre fallece,
me doy cuenta de que lo único que me queda del amor de mis padres son mis
hermanos. Desde ese entonces, mis
hermanos y yo parecemos uno. Es algo que
nadie entiende. Yo entendí entonces que
el Señor clarísimamente me había dicho de dar amor sin recibir nada.
Una
labor de acompañamiento a las víctimas de la Esclerosis Múltiple
Yo llevo muchos años haciendo
voluntariado y, un día, una persona del movimiento me preguntó si podía ir a
hacerle compañía a una mujer que tenía esclerosis múltiple una vez a la
semana. Yo no sabía qué era esa
enfermedad. Entonces, empecé a ir los
martes al hospital de Santa Ana y la rehabilitadora me dijo que ella necesitaba
ayuda. Al cabo de seis meses, había seis
personas acompañándola en la habitación.
A mí me servía mucho y a ellas también.
Un día, el esposo de esta
señora me dice: le voy a dar una noticia. Sé que están todas encantadas, felices, que
les está viniendo todo muy bien y a mí también.
Es que, las cosas que le dicen, a mí también me sirven. Él sentía, por lo que le contaba su mujer,
que valía algo, que existía. Tenía la
sensación de que el que empuja la silla no es una cosa desconocida que ni sufre
ni padece. En esto reconocí uno de los
milagros del Señor, porque el Señor hace milagros y no pone su firma. Es como cuando alguien te dice que algo es
una casualidad y no, es que está sin firma.
En Barcelona, hace ya
veintidós años, se había formado la Asociación de Esclerosis Múltiple. Me dijeron que también lo iban a abrir en
Madrid, pero que sólo faltaba una fecha para abrirlo. Les dije que, bueno, que dijeran el momento y
ellos me contestaron que no, que lo tenía que decidir yo, pues era quien iba a
abrirlo. Yo les contesté que me daba
igual. Me preguntaron qué tiempo le
podía dedicar, aunque fuera un día a la semana y yo les contesté que los martes
o los jueves. Si los pacientes ya estaban
atendidos, no entendía por qué tendría que estar yo ahí. Entonces me contestaron que no me necesitaban
para atender a los pacientes, sino para que atendiera a los familiares de los
pacientes. Ah, bueno, si me lo hubiera
planteado así… Empezamos por la tarde,
efectivamente.
Del
Obispado al Centro de Solidaridad
Por diversas circunstancias,
tuve que abandonar el voluntariado en la Asociación de Esclerosis Múltiple y me
fui al Obispado. Un día me dicen que debo
ir a donde tenemos la sede, en Sánchez Balderas, para ayudar en un Centro de Solidaridad
que se había formado hacía un año, destinado a ayudar a las personas en sus
necesidades. Habían hecho muchos intentos
para que la gente fuera –sin éxito- y me preguntaron si se me ocurría
algo. Yo les dije que me había percatado
de la cantidad de niños que estaban en la calle, que no iban al colegio y que eran
carne de cañón. No tenían ningún cuidado
ni nada, por lo que, una vez que crecieran, iban a caer en robo o drogas,
porque estaban tirados.
Me preguntaron que qué se
podía hacer y yo les dije que se les podía dar algunas clases divertidas, para
que aprendieran a sumar, a restar, a multiplicar y, mientras uno va pintando en
la pizarra, los demás podían escribir. Empezamos
en el año ‘89, en el mes de octubre. Llegaron
las vacaciones de navidad y se me fueron.
Y, un día, siento unos golpes
en la puerta. Yo pensaba que los chicos
venían contentos por sus regalos. Abro
la puerta y veo que son unas personas, con unas caras… un hombre y una mujer. Y eran el padre y la madre de cinco de los
chicos que venían a decirnos que no asistirían más a las clases. Cuando les pedí que pasaran, dijeron que no,
porque era “tierra mala”, que los niños no iban al colegio porque eran unos
golfos, pero que a nuestras clases sí asistían fielmente y se preguntaban que qué
les estábamos haciendo y que para qué les estábamos lavando el cerebro.
Los hice pasar y, estando
ellos más tranquilos, uno de los padres me dijo que comenzaba a entender que lo
que estábamos haciendo no era malo, pero que tenía que comprender su posición
pues, al no tener trabajo, al ver que los chicos estaban todo el día en la
calle, al haber enviudado y tener a los chicos en casa, pues no llegaba a
más. Y, sin embargo, veía que uno de tus
hijos estaba en un sitio todo el día, entraban los miedos.
Eso era una barriada. Ahora son casas. Había un problema de desempleo y los padres
tenían varios hijos que mantener. Nos
dimos cuenta de que parte de la problemática de los niños era que estaban desatendido
por los padres, no porque no los quisieran atender, sino porque no podían y,
sumado a ello, estaban buscando trabajo.
Pensé que habría que buscarles trabajo.
Entonces, comenzamos a encontrar puestos en los cuales emplearlos. Si alguien necesitaba un asistente, pues
enviábamos a alguno de los que estaban desempleados. Y así fuimos colocando a la gente.
Esto ocurrió en enero y, antes
de marzo, estaban todos colocados. Entonces,
cuando retomamos las clases con los niños, ocurrió que teníamos una cola de
gente esperando y preguntándonos si dábamos trabajo. El hecho es que nosotros no dábamos
trabajo. Pero, claro, están buscando
trabajo, tienen una angustia y depositan en ti su angustia. Nosotros lo que le decíamos era que los
llamaríamos, pero nuestra misión no era conseguirle trabajo a nadie.
Hasta que un día nos llaman a
la puerta dos trabajadoras sociales de la junta municipal de Chamartin, porque
pensaban que nosotros estábamos dando bolsas de trabajo y querían meter a su
gente con nosotros. Tuvimos que
aclararles que nosotros no dábamos bolsas de trabajo, sino que habíamos dado
ayudas concretas a personas que necesitaban de ella. Igualmente, les aclaramos que, si bien
habíamos dado ayudas en cuanto a comida y educación ya, desde marzo, nos habían
dicho que no les diéramos más nada, porque ya estaban trabajando y sus hijos ya
iban al colegio. Ellas seguían pensando
que dábamos bolsas de trabajo o que teníamos una agencia de colocación. Tuvimos que explicarles que éramos
simplemente una ONG. Nos seguían
diciendo que tenían mucha gente, pero yo era una simple funcionaria, madre de
familia y yo que veía que estas señoras querían que atendiéramos a más gente. Hasta nos ofrecieron una subvención, a lo
cual tuve que decir que no.
Al final, comenzamos a
trabajar con la junta. Ya han pasado
alrededor de diez mil personas, se han colocado casi cinco mil, se han hecho
muchos cursos, mucha gente con los cursos se ha colocado, con asesoría
jurídica, con una atención primaria individual a la persona y un seguimiento de
su caso. Por desgracia ahora ha cambiado
todo pero, hasta hace un año, la mayoría de los que venían eran extranjeros,
muy limitados de todo y sin posibilidades de trabajar porque se lo
prohibían. Han dejado su casa, su país y
eso es muy doloroso. No te puedes
olvidar. Entonces dices que hay que
hacer algo. Y así hemos ido haciendo hasta
ahora. Primero nos declararon de
utilidad pública a nivel municipal y nos dieron el permiso para dar cursos no
homologados y luego, en el 2006, nos declararon de utilidad pública a nivel
nacional.
Lo importante es ayudar a la
gente sin que se sientan acomplejados o que están haciendo el tonto, porque son
parados de larga duración y lo único que conocen es pararse en la cola, cobrar y
encerrarse en su casa, porque no tienen un duro. Entonces, se hacen actividades culturales
para que vayan quitándose el complejo frente al mundo y reinsertándose. Pero, claro, ahora es España, es algo
masivo.
La
mano oculta de Dios
Yo estoy muy contenta y muy
agradecida porque, pase lo que pase, el Señor está aquí. A lo mejor estaba en las otras partes, pero
no tuve la suerte de verlo en esos sitios.
Que estaba más dormida, que no quería, pues no lo sé. A lo mejor no había llegado el momento, pero
aquí lo he encontrado. Aunque yo esté
aquí, te desbordan las cosas que suceden.
Hay una persona que también
viene de voluntaria desde hace tres años, que al principio les decía a sus
hijos que no iba a estar porque “se iba al circo”. Cuando le pregunté por qué decía eso, me
contestó que yo le había dicho antes de entrar –y lo había comprobado con el
trabajo- que todos los días pasaba una cosa que sorprendía y que hacía que se
preguntara cómo había pasado. Y esos son
momentos que, como estás medio dormido, hacen que te despiertes. Eso en la vida, también, día a día
sucede. Lo que pasa es que andas despistado
pero, cuando lo experimentas, tu posición cambia. Hasta que no has tenido la suerte de tener un
encuentro con Él, no eres capaz de reconocerlo, por mucho que te lo inculquen
en tu casa o en la escuela.
Muchas veces las cosas duras
son las que te hacen reaccionar. Hace
muchos años entra la persona de contabilidad y me dice que no tenemos
dinero. Entonces me fui a San José, que
está aquí cerquita y me puse a rezar. Pasados
siete minutos, recibo una correspondencia de la Comunidad de Madrid que decía
que habían adelantado el pago de las subvenciones. ¿Eso no es un milagro? Es que no se puede entender…
Otro día, nos dimos cuenta de
que teníamos que irnos del sitio donde estábamos, porque no se podía pagar el
alquiler. Decidimos que, antes de
cerrar, lo mejor era mudarse a otro sitio, aunque fuera frío y obscuro. Entonces fui a despedirme del administrador y,
cuando me preguntó que por qué nos íbamos, le dije que era por falta de
dinero. Me respondió que si era poco
dinero, pues que no había problema y que quién nos había dicho que nos teníamos
que ir, a lo que le respondí que “la realidad”.
Me dijo que me fuera a casa, almorzara, lo consultara con la almohada y
con mi marido y que él, por su parte, conversaría con su mujer y que, al día
siguiente, nos volveríamos a ver. Yo
pensé que estaba chalado. Al día
siguiente me dejó el alquiler por sólo 150 euros, bajo el concepto de “descuento especial circunstancias
especiales de la asociación”. ¿Quién
hace eso hoy día? Yo le dije que, bueno,
que aceptaría este acuerdo hasta febrero, a lo que me respondió que si el
documento que me entregaba tenía alguna fecha límite. Finalmente, nos dijeron que podíamos
quedarnos y seguir trabajando como asociación.
Cambiar
la actitud para salir de la crisis
Si cambias la actitud, cambias
el mercado, porque la gente ya no estaría ni arriba ni abajo. Si se cambia la actitud, cambia todo, porque
ya no serían tan estrictos en unas cosas y no tomarían ciertas medidas por ser
urgentes o porque son el camino más fácil.
El mundo está hecho de personas que llevan el mundo. Si lo están llevando mal, el mundo va
mal. Si cambian de actitud, el mundo va
bien. Si se cambia lo más básico, el
dinero se movería también. El que no
tiene no lo puede mover y quien lo tiene no lo mueve porque le da miedo. Entonces, como no hay movimiento, pues no
pasa nada.
Una entrevista de Flavia Ranzolin